sábado, 19 de noviembre de 2011

Capítulo 6

Es casi medianoche. Hace dos horas que llueve torrencialmente. Estoy solo en casa, mama salio con Cesar a comer afuera, a uno de esos restaurantes, donde la comida simplemente decora los platos. Si bien amo las tormentas eléctricas, algo que tengo en común con April, más aun si es verano y el calor de la ciudad es agobiante.

Aveces siento un vacío adentro mio, algo que falta, alguien.... Aveces paso horas, días, semanas creyendo que encontré a la persona indicada. Por más que lo intente no logro evitar imaginar cómo sería una relación con esa persona, las cosas que compartiría. Lo único que he logrado es desilusionarme. Las torres pierden equilibrio y caen con mayor fuerza cada vez, hundiéndome en un vacío sin cimientos en donde apoyarme.
Otras veces es el tiempo el que me juega en contra. Creo que fácilmente podría redactar una larga lista de desencuentros. Si la persona es perfecta el momento nunca lo ha sido.

He llegado a creer que lo mejor es dejarse llevar, no esperar nada, no tener expectativas, ¿pero que sería de la vida sin deseos e ilusiones? Necesito alejarme, no se por cuanto tiempo, tampoco se si es lo mejor; solo se que es lo que quiero. Simplemente quiero encontrar a la persona y momento indicados.3


Ya es de mañana, ocho y cuarto, llego tarde a entrenar. Desayuno  apurado, de pie, mirando el reloj y armando el bolso. El olor a humedad se cierne sobre la gris y mojada ciudad. Empiezo a caminar escuchando música, Codplay. Sin querer me choco a una mujer que sale apurada de un edificio. Sus carpetas se estrellan contra el suelo. Mientras la ayudo a recogerlas y me disculpo, por el rabillo del ojo veo como pierdo el colectivo.
Sin ánimos de ir a entrenar, sigo caminando, pasando de largo la parada, mientras mi mente se funde con la música.

jueves, 14 de abril de 2011

Capítulo 5

Después de almorzar con papá, con la escusa de que debía descansar después del viaje; salí a caminar por Corrientes. Era, al fin y al cabo, una de mis actividades favoritas. Nunca logre entender por qué, pero el ver a la gente pasar, sumergidas en sus vidas, en sus pequeños mundos sin lograr ver lo que gira a su alrededor. La vida de la calle, creo que es eso; tanta historias, algunas ordinarias, otras inimaginables; todas entrecruzadas, relacionadas, conviviendo. Caminar por las calles de Buenos Aires era el poder desprenderme de mi vida, de mi cabeza, de los murmullos incesantes de la responsabilidad y el deber. Era poder escapar al más allá, a la magia a lo desconocido. Librarme de lo rutinal, de mis padres y sus constantes presiones.

Siempre me consideré el "bohemio de la familia". Mi cabeza nunca se pudo mantener cerca del suelo. Por suerte siempre tuve a Cloe apoyándome en todos mis delirios. Del otro lado del tablero, Phillippe, con su desinterés natural por el arte o cualquier cosa que intentara expresar alguna emoción. Nunca le interesaron mis cuadros, ni mis poemas. No fue capas siquiera de leer el cuento del patito feo que hice el último año del jardín. Se que mi letra no era lo más transparente que había, pero pudo haber fingido. Fue uno de esos traumas de la infancia de los que aun no he podido desarraigarme.

En fin, después de pasar el obelisco y unas cuantas librerías que no pude evitar revisar en busca de alguna oferta, un cartel captó mi atención. Era una galería de arte, ubicada por lo que me pareció, en el medio de la manzana. Si bien el largo pasillo estaba sucio y un poco destruido, al llegar al final me quede asombrado. El lugar era una casa antigua, reciclada, llena de muebles antiguos, con estilos bine barrocos; pintados de todos colores. Las paredes, todas negras, cargadas de cuadros en blanco y negro; que a pesar de mi locura no les encontré sentido alguno.

-¿Te puedo ayudar en algo? - me preguntó una anciana que tenía cara de haber estado las dos últimas decadas esperando un visitante.
- La casa... los cuadros. Me encantan. - no sabía bien que decir. temía que me intentara dar una de esas charlas de viejo contándote toda su vida la cual gira alrededor del lugar, el cual nuca podrán abandonar.
-Lo hizo mi ñieta - respondió - Hoy a la mañana partió a Barcelona. Vive allá; pero cada tanto viene de visita. Amo su trabajo, es una pasión tanto para ella como para mí.
- Es... asombroso. Lo amo.

La anciana logro una sonrisa, o eso creí, y me tendió una tarjeta - Si tanto te gusta, podrías ponerte en contacto con ella. No le vendría nada mal un admirador .
Al parecer la mujer era más amable de lo que jamás pude haber imaginado, y sobre todo, que cambiaría mi vida.

lunes, 7 de febrero de 2011

Capítulo 4

Mi perro me despertó lamiéndome la cara. Amaba a ese Golden Retriever, pero con una mano en el corazón, era el perro más insoportable que conocí. Una vez caminando Corrientes pasamos por enfrente de la vidriera de una tienda de mascotas y no pudimos resistir esos ojos azules que nos miraban con toda la intención de dormir en mi cama pegado a mi cara.

Le levante con mi cara de zombi de todas las mañanas. Un haz de luz que se colaba por la persiana me dio directamente en el ojo cegándome por un momento. April siempre me decía que parecía un vampiro con mi obsesión de dormir completamente a oscuras y con la almohada encima de mi cabeza. Fui al baño, me lavé la cara, y considere peinarme pero siempre fue una batalla perdida contra el peine. En patas, en bóxer con el primer buso que encontré, me tome mi café negro con tostadas con dulce de leche y dulce de arándanos en el balcón; contemplando la vida de la ciudad. Hachi, mi perro, cuyo nombre estaba inspirado en una película de Richard Gere, no pudo contenerse y se echo entre mis pies por debajo de la silla. Mis dedos debían estar muy apetitosos porque me lamio y las cosquillas casi me hacen tirar el café.

Después de bañarme y cambiarme encontré la nota de mama en la mesa del comedor diciendo que había salido a hacer compras, que si me dejaba plata por si me quería tomar un taxi al hotel donde estaba mi papa para almorzar con él. Sin pensarlo dos veces, busque mis Ray-Ban de Once el i-pod y bajé a la calle.

Después de ocho taxis ocupados un par de viejos amargados que no quisieron para, pude conseguir uno. –Al Hilton de Olga Cossettini- le indique al taxista, a lo que respondió con el “bip” que indicaba la activación del reloj. Si bien el camino era corto, el tráfico de la ciudad nos retrasaba. La forma en que los autos zigzaguean en las calles de la ciudad da la impresión de una carrera masiva en todas direcciones.

El silencio hizo inevitable el mirar por la ventana y zambullirme en el mar de pensamientos que ofrecía mi mente. Siempre que iba a visitar a Phillippe, mi padre, me ponía a meditar sobre la relación de mis padres, y de la constante competencia que rigió en ellos desde la separación por tener control sobre mí. Siempre me sentí parte de su estúpido juego por ver quién tenía el ego más grande, quien dominaba al otro, una constante competencia por sentirse más poderosos, usándome como dado y tablero. Años y años de “decile a tu padre que... porque a mí no me escucha”, “decile a tu mama que… porque no pienso escuchar sus gritos”, “pedile que te de plata para…”, “yo te pague tal y tal cosa y él/ella no”; y muchas otras mas que no tiene sentido enumerarlas. Una constante cinchada donde me sentía la cuerda. Ambos tironeando para provocar al otro. Siempre me mantuve al margen. Obviamente tuve que mostrar empatía por ambos toda la vida, por lo que al fin y al cabo nunca supe que hacer, que decir o que creer.

Años de ser el mensajero de ambos, todo porque no sabían dialogar como lo que eran, adultos. Por eso mi cumpleaños decimoctavo era más que la mayoría de edad, era poder escaparle a años de presiones y de tener que callar todo lo que pensaba. Era una liberación, no más problemas de plata o autorizaciones para salir del país. Era el poder estar tranquilo, sin preocupaciones, sin nadie que me rompiera la pelotas cuando encontraba un poco de tranquilidad en la rutina de mierda que llevaba. Era poder hace e irme a donde quisiera sin que nadie me pudiera cuestionar.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Capítulo 3

Después de una hora y media de dar vueltas sobre el Rio de la Plata esperando autorización de Aeroparque para poder aterrizar, y tras una especie de intento fallido en el que parecía que terminábamos acuatizando en los Lagos de Palermo; llegue a Buenos Aires con mi familia. Como siempre tuvimos que esperar las valijas unos veinte minutos, porque salieron entre las primeras. Siempre viaje liviano para el Año Nuevo en Brasil, asique no despachaba ningún bolso; pero los zapatos de April cubrían el vacio que ello dejaba. La llegada implicaba un mensaje obligatorio a Cloe avisando que había llegado bien, a lo que le seguían veinte minutos de charla sobre todo lo que me extrañaba y que cuando volvía a casa.
Nos tomamos un taxi al hotel. A papá no le gustaba parar en la casa de la abuela, odiaba el living comedor que no tenía luz natural. Como en Brasil pedían  habitaciones continuas con mi tío, mientras que yo me iba al departamento de mi madre. De todas maneras eso no nos impedía a April y a mi, salir juntos a andar por la ciudad. El café con un alfajor  de chocolate en Havanna se había vuelto una parada obligatoria para los dos. Luego nos íbamos caminando al botánico que estaba cerca en cuanto a las distancias porteñas. Los invernaderos con sus paredes de cristal no dejaban de asombrarme.

A las seis de la tarde, con mi madre ya desesperada por no haber aparecido en su casa, tome un taxi al departamento de Libertador. Como siempre me esperaba abajo mientras charlaba con el portero sobre la situación de su esposa, quien siempre tenía problemas para cobrar la jubilación, o del último discurso de cadena nacional de la presidenta (siempre interrumpiendo alguna de mis series favoritas).
-Mi amoooooooooooooooor! – el grito de mi madre llego hasta adentro de la cabina del taxi. Mientras trataba de librarme de sus abrazos y besos que me tenían aprisionado, intente bajar los bolsos. Por supuesto que el simpático del taxista no movió más que un dedo para destrabar el baúl desde el interior del taxi. Subimos hasta el octavo piso. Cesar todavía estaba en su oficina en el micro centro, pero estaba seguro que debido a mi llegada tendría que ordenar algunos expedientes y archivos. Tiré los bolsos sobre la cama y salí al balcón. Amaba la vista de la Avenida con el río de fondo, y Plaza Francia a mi izquierda.
A las ocho llego Cesar, con su cara de orto de siempre. Una fingida sonrisa y un beso forzado en la mejilla fueron suficientes para hacerle creer a mi madre que me alegraba de verlo. Era una cuestión de piel, jamás me iba a caer bien; pero porque preocupar a mi madre? Quedaban tres semanas para empezar el colegio. Por suerte eso no estaba en mis planes. Mi cumpleaños era ese primer lunes.

lunes, 31 de enero de 2011

Capítulo 2

A mis quince años decidí irme de mi casa. No aguantaba mas a ninguno de mis padres, pero la repentina muerte de mi abuela dio vuelta mi mundo. La principal razón de no poder tolerar vivir en mi casa eran mis padres. Gracias al cielo y todos sus amigos, se habían separad hacia ya once años; asique no los tenía que tolerar juntos. Ambos tenían un carácter literalmente de mierda. Aun hoy no entiendo como alguna vez lograron estar enamorados y pudieron concebirme.
Cuestión, murió mi abuela y mi padre decidió volverse a su tan amada Inglaterra donde vivió su tan preciada niñez de la que aun hoy no para de jactarse. Eso resolvía el cincuenta porciento de mis problemas, quedando solo mi madre con quien lidiar, la cual trabajaba hasta altas horas de la noche en muchas ocasiones. El departamento de Cloe, mi madre, en Palermo se convirtió en mi único hogar. Se habían acabado las tardes de pileta en el country de Pilar con mis amigos, y las fiestas en el quicho cuando papa se iba de viaje. Mi habitación de diez metros cuadrados paso a ser mi refugio de la rutina insoportable de tener que ir al maldito colegio doble turno y las eternas clases de francés de la noche.  Por otro lado las clases de teatro junto con las de yoga me ayudaban a librarme del estrés y la bronca que acumulaba durante el domingo “en familia” que consistía en mi madre, Cesar (el inbancable de su esposo), mi tía y su novio de turno.
Cesar. Si estuviera en el diccionario la definición seria básicamente, individuo extremadamente egocéntrico, cerrado de mentalidad, malhumorado y carente de humor. A lo que le agregaría una panza de vino y cerveza, aliento a Riachuelo de las porquerías que come y una calvicie de setenta años. Siempre dude que fue lo que mi madre vio en el. Probablemente el día que llegue temprano del colegio porque me había escapado de la hora de educación física y los agarré con las manos en la masa, aclaro todas mis dudas.
En fin, las vacaciones de verano en las playas brasileras y el invierno en la campiña italiana eran un retiro relativamente espiritual, que me ayudo a postergar mi huída hasta la mayoría de edad. Fue mi meta durante los tres años que habían pasado hasta entonces. Las millas de las visitas a mi padre casi cubrían el pasaje a Francia, mi primer destino. Las colectas navideñas en cada casa de mis tíos y en la de mis abuelos, mas los extras de mi cumpleaños sumaban una cantidad considerable de dinero. Solo me faltaba una cosa, la mayoría de edad; la cual estaba cada día más cerca.

sábado, 29 de enero de 2011

Capítulo 1

El cielo estalló en llamas. Resplandecía por doquier. La demora del sonido de las explosiones parecía detener el tiempo. La multitud apretujada en la orilla, expectantes. Todos vestidos igual, gritando, llorando, abrazándose, besándose ante el inminente final. Había comenzado un nuevo año. Las cascadas de estrellas desde las terrazas de las torres iluminaban junto con los fuegos artificiales el hermoso cielo nocturno; opacando el resplandor de las estrellas. La gente vestida de blanco hacía compasé con el clima tropical y la fiesta que se celebraba. Las caras iluminadas, llenas de sonrisas y de ojos que emanaban euforia.

Mi tío abrió el champagne, extra brutte como siempre. Simplemente era demasiado seco, desagradable para mi gusto, a diferencia de mi papá. De todas maneras, por ser el champagne de su bodega me veía obligado a tomar al menos una copa. Era el tercer año nuevo consecutivo que pasábamos en Brasil. Después de la muerte de la abuela se había transformado en tradición, ni papá ni el tío podían estar sin la familia el día del aniversario de su fallecimiento. Ese primero de enero fue definitivamente un nuevo comienzo.

-Feliz año hijo – me dijo al oído mientras me abrazaba. A diferencia de mi madre, mi padre siempre fue menos demostrativo con sus sentimientos, lo cual me enseño a valorar sus pequeños gestos. Después de la muerte de la abuela todo cambio. Decidió volver a Liverpool, donde había nacido. Al año se caso con la vecina de toda su niñez, Katherine; y se mudaron a la campiña italiana, donde crían a mi hermano de seis meses entre los nuevos viñedos de la familia. Se puede decir que lleva una vida con la cual siempre soñó.

-Feliz año pá. – le respondí con una sonrisa.

Después de unos cuantos brindis y al finalizar el show de fuegos artificiales llamó mi madre. Ya eran las doce y pasadas en Argentina. Mamá nunca dejó Buenos Aires. El movimiento de la ciudad siempre la mantuvo viva, algo que herede de ella; el amor por las grandes ciudades,  así como también el carácter podrido que la caracteriza. Por suerte tras un par de sesiones con un psicólogo amigo de mi tío lo comencé a controlar. Después de separarse conoció a Cesar, un exitoso abogado que para su fortuna venia con un piso en Libertador de la mano. Nunca me callo bien, típico argentino porteño que cree que “se las sabe todas”, básicamente detestable.

Salude a mis primos, abuelos, tíos; y finalmente cinco minutos de despedida de parte de mi madre. La charla telefónica me había llevado a la orilla, que de alguna manera estaba casi desierta. Mi familia ya había subido al hotel, enfrente a la playa por cortesía de mi tío Charles, el único hermano de papá. Siempre le fue bien con los restaurantes, y pos su parte mi tía Andrea operaba la mitad de los bustos que aparecían en la televisión argentina.

La única que estaba esperándome era April, mi prima, o mejor dicho la hermana que nunca tuve. Como lo había sido yo durante 17 años, era hija única. Era adoptada. Mi tío quedo estéril por una paperas mal tratada de su niñez. De todas maneras su tez oliva y ojos celestes, y su pelo ondulado castaño claro la camuflaba con el resto de la familia. Siempre le dije que hiciera castings para modelar; pero su humildad nunca se lo permitió. No se consideraba tan bella como yo lo hacía. – Si vos no  sos linda, yo soy Shrek. – siempre la cargaba.

Caminó hacia mí. Se detuvo un instante para mirarme, y luego siguió hasta la orilla, mojándose los pies. La seguí. Nos quedamos uno junto al otro mirando el horizonte. El amanecer estaba cerca, el cielo se teñía de azules claros. No hacían falta comentarios. Ambos sabíamos lo que el otro estaba pensando. Era una sensación inexplicable, probablemente era el hecho de conocernos tan bien como a nosotros mismos. Era un vínculo único y especial.

-Hacelo, por los dos – dijo sin quitar la mirada del mar transparente. Por más que intentara ambos sabíamos que ella nunca iba a poder huir de su casa. Amaba demasiado a sus padres como para poder arrebatarles lo que más apreciaban en ese mundo.