miércoles, 2 de febrero de 2011

Capítulo 3

Después de una hora y media de dar vueltas sobre el Rio de la Plata esperando autorización de Aeroparque para poder aterrizar, y tras una especie de intento fallido en el que parecía que terminábamos acuatizando en los Lagos de Palermo; llegue a Buenos Aires con mi familia. Como siempre tuvimos que esperar las valijas unos veinte minutos, porque salieron entre las primeras. Siempre viaje liviano para el Año Nuevo en Brasil, asique no despachaba ningún bolso; pero los zapatos de April cubrían el vacio que ello dejaba. La llegada implicaba un mensaje obligatorio a Cloe avisando que había llegado bien, a lo que le seguían veinte minutos de charla sobre todo lo que me extrañaba y que cuando volvía a casa.
Nos tomamos un taxi al hotel. A papá no le gustaba parar en la casa de la abuela, odiaba el living comedor que no tenía luz natural. Como en Brasil pedían  habitaciones continuas con mi tío, mientras que yo me iba al departamento de mi madre. De todas maneras eso no nos impedía a April y a mi, salir juntos a andar por la ciudad. El café con un alfajor  de chocolate en Havanna se había vuelto una parada obligatoria para los dos. Luego nos íbamos caminando al botánico que estaba cerca en cuanto a las distancias porteñas. Los invernaderos con sus paredes de cristal no dejaban de asombrarme.

A las seis de la tarde, con mi madre ya desesperada por no haber aparecido en su casa, tome un taxi al departamento de Libertador. Como siempre me esperaba abajo mientras charlaba con el portero sobre la situación de su esposa, quien siempre tenía problemas para cobrar la jubilación, o del último discurso de cadena nacional de la presidenta (siempre interrumpiendo alguna de mis series favoritas).
-Mi amoooooooooooooooor! – el grito de mi madre llego hasta adentro de la cabina del taxi. Mientras trataba de librarme de sus abrazos y besos que me tenían aprisionado, intente bajar los bolsos. Por supuesto que el simpático del taxista no movió más que un dedo para destrabar el baúl desde el interior del taxi. Subimos hasta el octavo piso. Cesar todavía estaba en su oficina en el micro centro, pero estaba seguro que debido a mi llegada tendría que ordenar algunos expedientes y archivos. Tiré los bolsos sobre la cama y salí al balcón. Amaba la vista de la Avenida con el río de fondo, y Plaza Francia a mi izquierda.
A las ocho llego Cesar, con su cara de orto de siempre. Una fingida sonrisa y un beso forzado en la mejilla fueron suficientes para hacerle creer a mi madre que me alegraba de verlo. Era una cuestión de piel, jamás me iba a caer bien; pero porque preocupar a mi madre? Quedaban tres semanas para empezar el colegio. Por suerte eso no estaba en mis planes. Mi cumpleaños era ese primer lunes.

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