Después de almorzar con papá, con la escusa de que debía descansar después del viaje; salí a caminar por Corrientes. Era, al fin y al cabo, una de mis actividades favoritas. Nunca logre entender por qué, pero el ver a la gente pasar, sumergidas en sus vidas, en sus pequeños mundos sin lograr ver lo que gira a su alrededor. La vida de la calle, creo que es eso; tanta historias, algunas ordinarias, otras inimaginables; todas entrecruzadas, relacionadas, conviviendo. Caminar por las calles de Buenos Aires era el poder desprenderme de mi vida, de mi cabeza, de los murmullos incesantes de la responsabilidad y el deber. Era poder escapar al más allá, a la magia a lo desconocido. Librarme de lo rutinal, de mis padres y sus constantes presiones.
Siempre me consideré el "bohemio de la familia". Mi cabeza nunca se pudo mantener cerca del suelo. Por suerte siempre tuve a Cloe apoyándome en todos mis delirios. Del otro lado del tablero, Phillippe, con su desinterés natural por el arte o cualquier cosa que intentara expresar alguna emoción. Nunca le interesaron mis cuadros, ni mis poemas. No fue capas siquiera de leer el cuento del patito feo que hice el último año del jardín. Se que mi letra no era lo más transparente que había, pero pudo haber fingido. Fue uno de esos traumas de la infancia de los que aun no he podido desarraigarme.
En fin, después de pasar el obelisco y unas cuantas librerías que no pude evitar revisar en busca de alguna oferta, un cartel captó mi atención. Era una galería de arte, ubicada por lo que me pareció, en el medio de la manzana. Si bien el largo pasillo estaba sucio y un poco destruido, al llegar al final me quede asombrado. El lugar era una casa antigua, reciclada, llena de muebles antiguos, con estilos bine barrocos; pintados de todos colores. Las paredes, todas negras, cargadas de cuadros en blanco y negro; que a pesar de mi locura no les encontré sentido alguno.
-¿Te puedo ayudar en algo? - me preguntó una anciana que tenía cara de haber estado las dos últimas decadas esperando un visitante.
- La casa... los cuadros. Me encantan. - no sabía bien que decir. temía que me intentara dar una de esas charlas de viejo contándote toda su vida la cual gira alrededor del lugar, el cual nuca podrán abandonar.
-Lo hizo mi ñieta - respondió - Hoy a la mañana partió a Barcelona. Vive allá; pero cada tanto viene de visita. Amo su trabajo, es una pasión tanto para ella como para mí.
- Es... asombroso. Lo amo.
La anciana logro una sonrisa, o eso creí, y me tendió una tarjeta - Si tanto te gusta, podrías ponerte en contacto con ella. No le vendría nada mal un admirador .
Al parecer la mujer era más amable de lo que jamás pude haber imaginado, y sobre todo, que cambiaría mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario