lunes, 7 de febrero de 2011

Capítulo 4

Mi perro me despertó lamiéndome la cara. Amaba a ese Golden Retriever, pero con una mano en el corazón, era el perro más insoportable que conocí. Una vez caminando Corrientes pasamos por enfrente de la vidriera de una tienda de mascotas y no pudimos resistir esos ojos azules que nos miraban con toda la intención de dormir en mi cama pegado a mi cara.

Le levante con mi cara de zombi de todas las mañanas. Un haz de luz que se colaba por la persiana me dio directamente en el ojo cegándome por un momento. April siempre me decía que parecía un vampiro con mi obsesión de dormir completamente a oscuras y con la almohada encima de mi cabeza. Fui al baño, me lavé la cara, y considere peinarme pero siempre fue una batalla perdida contra el peine. En patas, en bóxer con el primer buso que encontré, me tome mi café negro con tostadas con dulce de leche y dulce de arándanos en el balcón; contemplando la vida de la ciudad. Hachi, mi perro, cuyo nombre estaba inspirado en una película de Richard Gere, no pudo contenerse y se echo entre mis pies por debajo de la silla. Mis dedos debían estar muy apetitosos porque me lamio y las cosquillas casi me hacen tirar el café.

Después de bañarme y cambiarme encontré la nota de mama en la mesa del comedor diciendo que había salido a hacer compras, que si me dejaba plata por si me quería tomar un taxi al hotel donde estaba mi papa para almorzar con él. Sin pensarlo dos veces, busque mis Ray-Ban de Once el i-pod y bajé a la calle.

Después de ocho taxis ocupados un par de viejos amargados que no quisieron para, pude conseguir uno. –Al Hilton de Olga Cossettini- le indique al taxista, a lo que respondió con el “bip” que indicaba la activación del reloj. Si bien el camino era corto, el tráfico de la ciudad nos retrasaba. La forma en que los autos zigzaguean en las calles de la ciudad da la impresión de una carrera masiva en todas direcciones.

El silencio hizo inevitable el mirar por la ventana y zambullirme en el mar de pensamientos que ofrecía mi mente. Siempre que iba a visitar a Phillippe, mi padre, me ponía a meditar sobre la relación de mis padres, y de la constante competencia que rigió en ellos desde la separación por tener control sobre mí. Siempre me sentí parte de su estúpido juego por ver quién tenía el ego más grande, quien dominaba al otro, una constante competencia por sentirse más poderosos, usándome como dado y tablero. Años y años de “decile a tu padre que... porque a mí no me escucha”, “decile a tu mama que… porque no pienso escuchar sus gritos”, “pedile que te de plata para…”, “yo te pague tal y tal cosa y él/ella no”; y muchas otras mas que no tiene sentido enumerarlas. Una constante cinchada donde me sentía la cuerda. Ambos tironeando para provocar al otro. Siempre me mantuve al margen. Obviamente tuve que mostrar empatía por ambos toda la vida, por lo que al fin y al cabo nunca supe que hacer, que decir o que creer.

Años de ser el mensajero de ambos, todo porque no sabían dialogar como lo que eran, adultos. Por eso mi cumpleaños decimoctavo era más que la mayoría de edad, era poder escaparle a años de presiones y de tener que callar todo lo que pensaba. Era una liberación, no más problemas de plata o autorizaciones para salir del país. Era el poder estar tranquilo, sin preocupaciones, sin nadie que me rompiera la pelotas cuando encontraba un poco de tranquilidad en la rutina de mierda que llevaba. Era poder hace e irme a donde quisiera sin que nadie me pudiera cuestionar.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Capítulo 3

Después de una hora y media de dar vueltas sobre el Rio de la Plata esperando autorización de Aeroparque para poder aterrizar, y tras una especie de intento fallido en el que parecía que terminábamos acuatizando en los Lagos de Palermo; llegue a Buenos Aires con mi familia. Como siempre tuvimos que esperar las valijas unos veinte minutos, porque salieron entre las primeras. Siempre viaje liviano para el Año Nuevo en Brasil, asique no despachaba ningún bolso; pero los zapatos de April cubrían el vacio que ello dejaba. La llegada implicaba un mensaje obligatorio a Cloe avisando que había llegado bien, a lo que le seguían veinte minutos de charla sobre todo lo que me extrañaba y que cuando volvía a casa.
Nos tomamos un taxi al hotel. A papá no le gustaba parar en la casa de la abuela, odiaba el living comedor que no tenía luz natural. Como en Brasil pedían  habitaciones continuas con mi tío, mientras que yo me iba al departamento de mi madre. De todas maneras eso no nos impedía a April y a mi, salir juntos a andar por la ciudad. El café con un alfajor  de chocolate en Havanna se había vuelto una parada obligatoria para los dos. Luego nos íbamos caminando al botánico que estaba cerca en cuanto a las distancias porteñas. Los invernaderos con sus paredes de cristal no dejaban de asombrarme.

A las seis de la tarde, con mi madre ya desesperada por no haber aparecido en su casa, tome un taxi al departamento de Libertador. Como siempre me esperaba abajo mientras charlaba con el portero sobre la situación de su esposa, quien siempre tenía problemas para cobrar la jubilación, o del último discurso de cadena nacional de la presidenta (siempre interrumpiendo alguna de mis series favoritas).
-Mi amoooooooooooooooor! – el grito de mi madre llego hasta adentro de la cabina del taxi. Mientras trataba de librarme de sus abrazos y besos que me tenían aprisionado, intente bajar los bolsos. Por supuesto que el simpático del taxista no movió más que un dedo para destrabar el baúl desde el interior del taxi. Subimos hasta el octavo piso. Cesar todavía estaba en su oficina en el micro centro, pero estaba seguro que debido a mi llegada tendría que ordenar algunos expedientes y archivos. Tiré los bolsos sobre la cama y salí al balcón. Amaba la vista de la Avenida con el río de fondo, y Plaza Francia a mi izquierda.
A las ocho llego Cesar, con su cara de orto de siempre. Una fingida sonrisa y un beso forzado en la mejilla fueron suficientes para hacerle creer a mi madre que me alegraba de verlo. Era una cuestión de piel, jamás me iba a caer bien; pero porque preocupar a mi madre? Quedaban tres semanas para empezar el colegio. Por suerte eso no estaba en mis planes. Mi cumpleaños era ese primer lunes.