lunes, 31 de enero de 2011

Capítulo 2

A mis quince años decidí irme de mi casa. No aguantaba mas a ninguno de mis padres, pero la repentina muerte de mi abuela dio vuelta mi mundo. La principal razón de no poder tolerar vivir en mi casa eran mis padres. Gracias al cielo y todos sus amigos, se habían separad hacia ya once años; asique no los tenía que tolerar juntos. Ambos tenían un carácter literalmente de mierda. Aun hoy no entiendo como alguna vez lograron estar enamorados y pudieron concebirme.
Cuestión, murió mi abuela y mi padre decidió volverse a su tan amada Inglaterra donde vivió su tan preciada niñez de la que aun hoy no para de jactarse. Eso resolvía el cincuenta porciento de mis problemas, quedando solo mi madre con quien lidiar, la cual trabajaba hasta altas horas de la noche en muchas ocasiones. El departamento de Cloe, mi madre, en Palermo se convirtió en mi único hogar. Se habían acabado las tardes de pileta en el country de Pilar con mis amigos, y las fiestas en el quicho cuando papa se iba de viaje. Mi habitación de diez metros cuadrados paso a ser mi refugio de la rutina insoportable de tener que ir al maldito colegio doble turno y las eternas clases de francés de la noche.  Por otro lado las clases de teatro junto con las de yoga me ayudaban a librarme del estrés y la bronca que acumulaba durante el domingo “en familia” que consistía en mi madre, Cesar (el inbancable de su esposo), mi tía y su novio de turno.
Cesar. Si estuviera en el diccionario la definición seria básicamente, individuo extremadamente egocéntrico, cerrado de mentalidad, malhumorado y carente de humor. A lo que le agregaría una panza de vino y cerveza, aliento a Riachuelo de las porquerías que come y una calvicie de setenta años. Siempre dude que fue lo que mi madre vio en el. Probablemente el día que llegue temprano del colegio porque me había escapado de la hora de educación física y los agarré con las manos en la masa, aclaro todas mis dudas.
En fin, las vacaciones de verano en las playas brasileras y el invierno en la campiña italiana eran un retiro relativamente espiritual, que me ayudo a postergar mi huída hasta la mayoría de edad. Fue mi meta durante los tres años que habían pasado hasta entonces. Las millas de las visitas a mi padre casi cubrían el pasaje a Francia, mi primer destino. Las colectas navideñas en cada casa de mis tíos y en la de mis abuelos, mas los extras de mi cumpleaños sumaban una cantidad considerable de dinero. Solo me faltaba una cosa, la mayoría de edad; la cual estaba cada día más cerca.

sábado, 29 de enero de 2011

Capítulo 1

El cielo estalló en llamas. Resplandecía por doquier. La demora del sonido de las explosiones parecía detener el tiempo. La multitud apretujada en la orilla, expectantes. Todos vestidos igual, gritando, llorando, abrazándose, besándose ante el inminente final. Había comenzado un nuevo año. Las cascadas de estrellas desde las terrazas de las torres iluminaban junto con los fuegos artificiales el hermoso cielo nocturno; opacando el resplandor de las estrellas. La gente vestida de blanco hacía compasé con el clima tropical y la fiesta que se celebraba. Las caras iluminadas, llenas de sonrisas y de ojos que emanaban euforia.

Mi tío abrió el champagne, extra brutte como siempre. Simplemente era demasiado seco, desagradable para mi gusto, a diferencia de mi papá. De todas maneras, por ser el champagne de su bodega me veía obligado a tomar al menos una copa. Era el tercer año nuevo consecutivo que pasábamos en Brasil. Después de la muerte de la abuela se había transformado en tradición, ni papá ni el tío podían estar sin la familia el día del aniversario de su fallecimiento. Ese primero de enero fue definitivamente un nuevo comienzo.

-Feliz año hijo – me dijo al oído mientras me abrazaba. A diferencia de mi madre, mi padre siempre fue menos demostrativo con sus sentimientos, lo cual me enseño a valorar sus pequeños gestos. Después de la muerte de la abuela todo cambio. Decidió volver a Liverpool, donde había nacido. Al año se caso con la vecina de toda su niñez, Katherine; y se mudaron a la campiña italiana, donde crían a mi hermano de seis meses entre los nuevos viñedos de la familia. Se puede decir que lleva una vida con la cual siempre soñó.

-Feliz año pá. – le respondí con una sonrisa.

Después de unos cuantos brindis y al finalizar el show de fuegos artificiales llamó mi madre. Ya eran las doce y pasadas en Argentina. Mamá nunca dejó Buenos Aires. El movimiento de la ciudad siempre la mantuvo viva, algo que herede de ella; el amor por las grandes ciudades,  así como también el carácter podrido que la caracteriza. Por suerte tras un par de sesiones con un psicólogo amigo de mi tío lo comencé a controlar. Después de separarse conoció a Cesar, un exitoso abogado que para su fortuna venia con un piso en Libertador de la mano. Nunca me callo bien, típico argentino porteño que cree que “se las sabe todas”, básicamente detestable.

Salude a mis primos, abuelos, tíos; y finalmente cinco minutos de despedida de parte de mi madre. La charla telefónica me había llevado a la orilla, que de alguna manera estaba casi desierta. Mi familia ya había subido al hotel, enfrente a la playa por cortesía de mi tío Charles, el único hermano de papá. Siempre le fue bien con los restaurantes, y pos su parte mi tía Andrea operaba la mitad de los bustos que aparecían en la televisión argentina.

La única que estaba esperándome era April, mi prima, o mejor dicho la hermana que nunca tuve. Como lo había sido yo durante 17 años, era hija única. Era adoptada. Mi tío quedo estéril por una paperas mal tratada de su niñez. De todas maneras su tez oliva y ojos celestes, y su pelo ondulado castaño claro la camuflaba con el resto de la familia. Siempre le dije que hiciera castings para modelar; pero su humildad nunca se lo permitió. No se consideraba tan bella como yo lo hacía. – Si vos no  sos linda, yo soy Shrek. – siempre la cargaba.

Caminó hacia mí. Se detuvo un instante para mirarme, y luego siguió hasta la orilla, mojándose los pies. La seguí. Nos quedamos uno junto al otro mirando el horizonte. El amanecer estaba cerca, el cielo se teñía de azules claros. No hacían falta comentarios. Ambos sabíamos lo que el otro estaba pensando. Era una sensación inexplicable, probablemente era el hecho de conocernos tan bien como a nosotros mismos. Era un vínculo único y especial.

-Hacelo, por los dos – dijo sin quitar la mirada del mar transparente. Por más que intentara ambos sabíamos que ella nunca iba a poder huir de su casa. Amaba demasiado a sus padres como para poder arrebatarles lo que más apreciaban en ese mundo.